Alfombrada de polvo y sangre,
engalanada en fósforo y metal,
abarrotada entre despojos,
navega una balsa infantil por el Jordán.
Envuelta en un cúmulo de estruendos,
la sigue un muro de hormigón que arrecia,
un odio cebado y salvaje
contra un sol enterrado entre los muertos.
Y al horizonte se funden las cadenas de la aurora,
formando un mar de acero en que hunden las montañas,
la luna es un rostro chico,
que sin relente ha perdido su gracia.
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