Abierta la mano,
cada uno de sus pliegues,
cada uno de los surcos,
abiertos,
como abre una pluma el cielo,
un colmillo el caparazón,
o un pico el hielo.
Señala tu mano,
señala mi pecho,
enlatado, encapsulado, enturbiado y embotado.
Señala la abertura que me has hecho,
la exageración, su fuego salado,
ardiente, brillante, magnífico
y el fatal desperdicio,
de un acceso de ira
a traición.
Si tanto la querías deberías haber traído una copa,
este suelo no podrá disfrutarlo,
será conmigo escombro y suciedad.
No apartes la mirada,
no dejes que el grito ensordezca el latido aún presente.
Aún latente
Aún
Trae aquí tu rostro y deja que se empape
recuerda este olor,
doloso, sagrado, ferroso.
Cada vez que te dañes ahí estaré yo.
Estaré...
Y adiós.
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