Mi carne rosada pulposa y abierta,
va cerrándose de escamas negras,
cada nueva pieza martillea la cera,
protegen lo blando como a una presa,
encajan y cierran, mordida sin llave,
noche lascada y espina de piedra.
Forja un destello bien clavado,
doliente y lejos del sol,
su escudo como balsa de molusco,
hueso que es un ancla contra el mundo,
espasmo que podría partirme en dos.
Mi carne correosa, de grasa desgastada,
sabe más a hollín que a estera,
más granito que madera,
más gris que manantial o vela,
aún recuerda y añora la tormenta;
un roto que apuñale las nubes
que sangren su inundación,
quede el mundo anegado, suculento,
y me trague de una vez, por dios.
Mastique mis sueños, como una serpiente,
devore estos huesos, como la tierra un corazón,
y aprenda entonces que tanto veneno,
sabe dulce si que muerde con pasión.
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