martes, 22 de febrero de 2022

Una roca hinchada, amorfa y enquistada,
una roca manchada, dura y pesada,
una roca clavada, una roca tapada,
una roca ensangrentada.

Una roca herida, como herida que la roca hiende,
una roca escondida, en lo más profundo de mi frente,
una roca que se arrastra, como gusano por mis venas,
del corazón a cadena, del espanto a la pena.

Envuelta en grasa, severa,
sabe de mí lo que de mí se quema,
lo que calla mi alma encierra,
y lo que encierra desespera.

Es un grano gigante, un cúmulo sarroso,
se mueve inconstante, a espasmo y enojo,
piel de garfio afilada, esputo en mi carne,
con mi nervio fundida, sangre de mi sangre.

Una roca que golpea,
un latido un golpe,
un latido un golpe,
pum-pum, pum-pum,
estría y surco deja,
nueva cicatriz abierta.

Un cuchillo a mis adentros, tan profundo no la alcanza,
una espada aún pudiera, si la empuño en mi garganta,
un río de vanidad, correría con saña,
de mi cuello a la tierra, que me mira con ansia.

Un anzuelo sería, más fino y con gracia,
podría engancharlo al cielo, tirar y sacarla.
Pero qué envuelve la roca, qué fierro arrastra,
no lo sé yo ni nadie, y por más no le basta.

Disolverla no puedo, costra y maraña,
atravesarla igualaría, apuñalar una montaña,
un veneno quizá, podría matarla,
luego seguro, me devolvería esa carta.

A fuerza imposible, lo imposible se queda,
pero si es amor quizá, un huevo sí que fuera.
Qué oculta la roca, embrión o cera,
un pico afilado, o garra de madera.

Quizá un pájaro gigante, alado de acacia en flor,
quizá un lagarto rojo, su fuego devore mi dolor.
Ojalá mi cuerpo un nido, un ramaje sea mi piel,
todo lo que oculta, amanecerá y seré.
Una carcasa rota, alimento quizá,
para esto que me aprieta, mi redención final.


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