jueves, 26 de noviembre de 2020

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Hay una caracola en lo alto del tejado,
pero el hombre ciego solo ve chapa y serrín.

Hay un nido de gorrión, una rueda perdida,
musgo negro, ramitas, cáscara gris,
un avispero con su habitante disecado,
un arenero de gato, de polvo y hollín.

Hay un juguete afilado en lo alto del tejado,
pero el hombre niño solo quiere huir.

Sobre el nivel del ceño todo se oculta,
y quien sube se arriesga a morir,
hay una tormenta que se avecina,
pero no podrás verla desde aquí.

Hay un charco en lo alto del tejado,
las aves que bebieron aún están allí.

¿Ves la reja oxidada, los surcos de navaja?
Será mejor que te des prisa,
si quieres llegar arriba, ver qué te espera,
será mejor que no temas por ti.

No hay escalera que suba hasta el tejado,
derribar el muro no te ayudará a subir.

Alguien está escondido, quizás lo sepas,
notarás su rostro, su mano en el fusil.

Lo que esconde el tejado, aún debería servir,
pero el hombre violento espera, te quiere para sí,
y lo que hará con tu cuerpo,
no te lo puedo decir.

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Vale el amor un puñado de cerezas, 
y la piedad, su beso cálido y el susurro, 
que nos acunaba al nacer, no debe nunca, 
no deberíamos nunca, perderlo con el tiempo. 

Vale el perdón unas flores silvestres, 
un ramito de uvas lavadas en la orilla,
y el abrazo con el que recordamos, 
así nuestro límite, así lo parecidos, 
por más que nos asustemos después. 

Vale el sentimiento, el agradecimiento, 
un puñado de hojas, un poco de arena, 
en las torpes manos de una niña, 
la nostalgia y la sombra de la desavenencia, 
parece que se cura entre sus dedos. 

Vale una caricia en las migrañas, 
un beso antes de dormir, el oleaje, 
que con las yemas de los dedos, 
la mirada quieta y la respiración serena,
se dibujan los amantes en la espalda.

Pero valen tan poco, tan tan poco, 
que nadie parece dispuesto a pagar su precio.

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El alma se retuerce en la pobreza, 
la incertidumbre agrieta la piel, 
rebana los sueños, 
quiebra la firmeza de los huesos 
y alimenta el miedo, consumiendo la luz. 

La voluntad se agota en la pobreza, 
la sangre se descompone, 
palidece y brota ausente 
en lágrimas de frustración, 
en silencios ahogados, e inútil desesperación. 

La mente se ciega en la pobreza, 
el consuelo se vuelve tembloroso, 
languidece patética la voz, 
los cuerpos se vuelven fríos y distantes, 
la alegría se deshace 
y el olvido se convierte en adicción. 

No hay paz para quien vive en la pobreza, 
tortura que corrompe los sentidos, 
madre infecta de odio y rencor, 
convierte a sus hijos en salvajes, 
enseña a portar un cuchillo entre los dientes, 
y a nunca soltarlo, ni para decir que No.

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